No he hecho nada en la vida. No he sacado un país adelante; no he lanzado un disco. No he curado a ninguna persona; no he ido a la guerra. No puedo decir que haya hecho algo en la vida, pues no he llevado a cabo ninguna acción heroica. Ni yo, ni tú. No somos nadie.
Seguramente, todos los individuos que nacen en nuestro planeta quisieron ser astronautas en algún momento. O futbolistas, o actores, o princesas… qué más da, héroes al fin y al cabo. Luego, con el paso del tiempo, parece ser que las aspiraciones se racionalizan. Uno o una se da cuenta a la larga que hay cosas más factibles que otras. Más serias, por decirlo de alguna manera. Un oficio más accesible, con más salidas o mejor retribuido.
Sin embargo, y a pesar de ello, yo considero que esta búsqueda de la heroicidad nunca se pierde. Vendría a ser como la energía: no se destruye sino que se transforma. Es decir, el deseo de querer ser astronauta y descubrir nuevos planetas se convierte en el deseo de ser alguien. Y este alguien tiene el denominador común de "querer hacer algo en la vida", y en el momento en que no hacemos ese algo, no somos nadie. Crecemos, y paralelamente bajamos a la Tierra, pero nos golpeamos durante el viaje y nos desorientamos. Nos volvemos tontos.
¿Qué significa hacer algo en la vida? ¿Descubrir la cura del sida? ¿Encontrar los huesos de una nueva especie prehistórica? ¿Por qué pensamos que hemos perdido aquella vehemencia de nuestra infancia, esa “tontería”, si realmente seguimos actuando igual? En nuestra sociedad actual, y quizás en anteriores, pienso que estas sensaciones responden a altos grados de exigencia e incluso crueldad. Con uno mismo y también con los demás.
Si tengo un vecino camarero y otro camionero, ya doy por hecho que no son nadie y que tienen una vida monótona, a diferencia de los ciudadanos de Beverly Hills. Como estos tienen dinero, son alguien. Dejemos de equiparar el hecho de ser famoso con el de ser alguien. Dejemos de atribuir el “hacer algo en la vida” a una élite y empecemos a fijarnos en las pequeñas cosas, en los detalles.
Unos detalles que, volviendo a mi tesis, pienso que lo son desde el punto de vista de la sociedad, por cómo concibe las cosas, pero no desde el mío, ni seguro que del de muchas personas. Porque tener y educar un hijo es algo muy grande. O cuidar animales. O enseñar a 25 niños a leer. O vender fruta para que muchas familias puedan estar sanas. Incluso hacer reír a alguien lo es. Basta de exigir.
No demos por hecho las cosas: retrocedamos y démonos cuenta de la complejidad que implican muchísimas actividades, que parecen ser del montón, pero que cada uno le pone unas pinceladas suficientes como para transformarlas en un cuadro. Como los de Dalí, pero también como los de Michael Jordan y los de Freddie Mercury, o como los de los profesores que he tenido y que me han aportado cosas positivas. Cuadros al estilo de cada uno. Mejoremos el mundo para que las futuras generaciones no caigan en el agujero negro del nohagonadaconmividaísmo. Todos somos necesarios. Todos somos alguien.
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