Sí. A Israel, ahora. Hoy, cincuenta días desde la barbarie, y en medio de un alto el fuego que aguanta como puede. He sentido la necesidad de cruzar el Mediterráneo para hacer muchas cosas que me gustan mucho, y para hacer frente a cosas que no me gustan nada.
Me gusta el periodismo. Cuando disfruto de mi trabajo es cuando soy más feliz. Los periodistas tenemos un gran poder que comporta una gran responsabilidad. Pero esto se está olvidando.
No me gusta el periodismo de nuestro país. Soy un periodista que lleva poco tiempo en el mercado y mucho tiempo desencantado. He ido dejando de consumir varios medios de comunicación a los que un día deposité mi confianza. La acabaron de agotar la noche del supuesto ataque israelí a un hospital gazatí, y de esas 500 muertes que acabaron siendo una veintena. No me gusta el periodismo de nuestro país, ya no me lo creo, y ya no sé si quiero cambiarlo o si quiero huir de él.
Me gusta la gente. Estoy recuperando la curiosidad por mi entorno que tuve un día. Mujeres cariñosas, jóvenes con un arma grande y un gran corazón, futuros rabinos y niñas que sonríen al recibir sus regalos de Hannukah. Un lugar de encuentro. Aún no hemos explorado todo nuestro planeta. Ni los científicos ni los periodistas.
No me gusta nuestra sociedad. Políticos que utilizan el dolor ajeno para su propio beneficio, librerías que prescinden de la cultura de sus clientes para comer un poco más caliente, y grupos feministas que no piensan en las mujeres. Pintadas en las paredes de mi ciudad, carteles arrancados y silencio. Indiferencia, ignorancia en sus dos sentidos y egoísmo.
¿Cambiar o huir? Primero intentaré hacer lo primero.
No soy un soldado, pero sin embargo aterrizo a Israel con misiones. Aterrizo a una guerra caliente dejando atrás una guerra fría. Aterrizo a la cuna de la civilización incivilizada. El taxista que insulta, al vecino que grita. Pero también el desconocido que abre las puertas de su casa.
O bien, que las abría hasta hace poco.
Por todo esto y por más, sí: a Israel, ahora.
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